ÍCONOS URBANOS

Noviembre 26, 2012Editado por andesol

 

La anterior semana paseé (que es distinto a "pasé"), después de mucho tiempo, por el caótico centro de la ciudad de La Paz. Mis recuerdos frecuentes de esas calles me ven esquivando a un montón de transeúntes (oficinistas, enamorados, minusválidos, ancianos y comerciantes las más de las veces, etc.), pero también objetos (minibuses, carritos callejeros, bultos minoristas, carteles de almuerzo, etc.) para llegar a "marcar" el dedo salvador de descuentos. Esas carreras no te permiten percatarte de los detalles y la monotonía hace que sólo te queden imágenes sin cuerpo ni identidad.

A pesar de aquello, hay elementos que sí desarrollan su propia identidad, algunos de forma genérica (los vendedores de maíz de la plaza Murillo, las mismas palomas cagonas, los lustra calzados de la Pérez, las cebras de cada cruce, los buses y sus escapes interminables, los baritas impotentes, los vendedores de dulces del bus 2, etc.). Pero no son aquellos a los que me refiero esta vez, sino a los que identifico como únicos y, sin quienes, cada calle no sería más que un nombre y dirección.

Ahí están por ejemplo, la pareja de ciegos que en la esquina de OPTALVIS, frente al Museo Nacional de Arte, van cantando melodías simples, con gusto a pasado pero con sentimiento presente. Caminado por medio de la Comercio, me place encontrar después de tiempo al bailarín de música chicha con sus parlantes de combate pero con chalequito nuevo, bailando ya con estilo antiguo pero con la misma pasión de siempre. También está cerca al reloj el vendedor de chocolates que, a pesar de sus limitaciones motoras y de voz (compuesta sólo de gritos indescifrables), vende más que cualquier ejecutivo de ventas.

Hay gente que es conocida por el simple hecho de ser político, músico o futbolista, pero que vuelven al archivo tan pronto la "fama" se les acaba (¿Quién recuerda aún a Mateo Laura, a FM y Silvina ó a Botero?); y es que - no es que no se lo merezcan - pero es gente que ha subido y bajado como una montaña rusa, así, fugazmente. Al contrario, me gusta la gente que trabaja día a día, no con el objetivo de ganarse un prestigio y visibilidad, sino por lograr cosas tan simples como vivir, pues lo demás, tarde o temprano llegará, y si no llega, realmente no importa. Las cosas existen, más allá que se pueden ver o no, y justamente, lo mejor es poder ser sin necesidad de verse.

Pienso en íconos urbanos como la gringa "paca" de la curva de la Plaza Humboldt, el "maradona" que camina mostrando orgulloso su camiseta y su cinta descoloridos, el barita improvisado de la Murillo y Cochabamba, la vendedora de Sándwich de Chola al final del Estado Mayor...en fin, ¿Qué sería de esta ciudad sin estas personas que le ofrecen cada día su trabajo y originalidad?.

De cuando en cuando visito el Museo Costumbrista y en sus vitrinas polvorientas veo nombres de personajes que fueron íconos del pasado, o también cuando leo un libro, me hablan de otros personajes que marcaron su historia (La Adrianita, el Pinto Limachi, el Maiquina, Liborio el Torero). Me apena no saber más de ellos y, quizá por ello, quise escribir algo de aquellos que hoy y de forma anónima, van escribiendo las historias que hacen de esta ciudad una experiencia y que esperemos no terminen cuando terminen sus sacrificadas vidas.

MIRÁNDOME AL ESPEJO

Octubre 16, 2012Editado por andesol

 

Hago un alto. Veo a mi alrededor e intento recordar la fecha de hoy: 16 de octubre de 2012. Lo había escrito ya en un cite de la oficina esta mañana, pero como las cosas rutinarias son justamente aquellas que pasan sin dejar huella, no me había percatado realmente. Alzo la mirada y veo más allá de mi ventana…y digo “veo” y no “observo”, pues entre estos dos términos hay una diferencia radical…lo primero – no lo sé, en realidad - significa para mi hacerme parte de ese entorno, mientras observar implica sólo verlo desde un palco, sin nunca hacerte parte.

Pero bien, así he estado últimamente, mirando desde el palco como la vida (mi vida) va pasando fugazmente. No es que no la haya disfrutado ni sufrido (finalmente, el cielo o el infierno están aquí y no encima de una nube o debajo de la tierra); de hecho a nivel familiar estos meses he vivido los momentos más felices que seguramente uno puede imaginar del concepto de un núcleo familiar - los niños en la edad perfecta, cuando no son ni muy chicos ni muy grandes; Carla con la sabiduría de quien sabe lo que quiere y lo que tiene, la familia extendida siempre solidaria y de buen corazón…en fin, el mundo mismo, abierto de oportunidades cuando uno es dizque joven. Y bueno, si bien he vivido también los momentos más intensos a nivel laboral, eso forma parte del cotidiano que hace que todo valga en esta vida. No, no me puedo quejar en absoluto.

Sin embargo, es necesario de vez en cuando, mirarte en un espejo y reconocerte. Cuando era niño, me gustaba colocarme en el marco de la puerta de la cocina, colocar una regla sobre mi cabeza y rayar mi altura la madera (las más de las veces mintiéndome a mi mismo con medidas sesgadas hacia arriba). Un día, me percaté que había llegado al límite de la altura misma de la puerta (que era más bien pequeña, pues medía 1,60 mts) y entonces comprendí que ya no debía medirme bajo ese criterio (hoy tengo 1,66 y supongo que terminaré mis días con esa altura, sino menos). Fue entonces que comencé a mirarme al espejo para ver mis cambios.

Uno podría decir “pero claro, si me veo al espejo todos los días”, pero obviamente no me refiero a esa observación. Mirarse, o mejor dicho reflejarse, implica ver más allá de las pupilas de tus ojos. Hice ese ejercicio cuando retorné de Italia y terminé llorando y riendo… no solo de tristeza por todo aquello que dejé acá incompleto, que sacrifiqué de mí mismo por ese cambio de rumbo, sino también de alegría por todo aquello nuevo que reconocía en mi como nuevo. Luego vendría el shock para mi familia, para mis amigos, para los demás…a veces para mí mismo, de no encontrar en este cuerpo y en sus rasgos lo que una vez fue…esperando ilusamente que todo permanezca invariable como “fue antes”, pues la vida no es así.

Reflejándome puedo evaluar muchos cambios que asumí, reprocharme por algunos valores o principios que descuidé o inclusive reconocer aquellos que gané, la mayor de las veces fruto de las caídas antes que del éxito. Me veo y retorno, asumo, vuelvo y sigo, y sé que nunca hay paso atrás…y que inclusive cuando vuelves al mismo lugar, haz ya avanzado el doble y no eres el mismo. La vida pasa, como un río que se lleva muchas cosas consigo y cuya desembocadura no conoces, aunque la puedas predecir, pues éstas son resultado de tus acciones. No puedes cambiar el flujo, pero sí el cauce que asumes y las cosas que vienen contigo. Mi cauce está escrito y con él mi destino. Doy gracias al destino por haberme hecho asumir esta conciencia a tiempo.

Vuelvo a mirar el monitor de esta computadora y si bien la miro con los mismos ojos y las mismas preocupaciones, no soy el mismo que miraba esto antes de esta reflexión. Saco una sonrisa frente a las letras que van saliendo, pues no veo la escritura como tal, sino el significado que está detrás de ellas. Finalmente, lo que realmente miro no es lo que veo, sino su reflejo, aunque parezca descabellado.

LA CHURA

Agosto 14, 2012Editado por andesol

 

Se apaga la señal de uso del cinturón y a continuación se escucha el cascabel previo al ritual de la llegada aérea. Sí, vuelvo a Tarija y sin pensarlo mucho hasta ahí, el cartel ya despintado de Juan Pablo II inaugura el sin fin de recuerdos que quedaron en esta tierra. “No hay problema”, pienso, pues las peores y mejores cosas llegan así, de improviso y sin anestesia, mientras la movilidad atraviesa la Avenida Las Américas, entre la universidad Juan Misael Saracho y la terminal de buses.

Me pongo a pensar que en todas las facetas de mi vida reciente esta ciudad siempre se halló un espacio de presencia. Desde aquella llegada en flota destartalada, bloqueo incluido en Challapata, cuando terminé en un “Hotel -Lucho”, llamado La Chapaquita. De hecho, lo más amigable del ambiente ése fue, el nombre, pues la pareja ebria del cuarto del lado (podría contar toda su historia en otra crónica) me hizo partícipe involuntario de una noche de cielo, infierno y purgatorio. Todo se podía soportar entonces, con más ganas que dinero en el bolsillo – recuerdo la caminata a pie de la Terminal a la Aduana en el Aeropuerto, a más de 30 grados, sólo para ahorrar unos centavos - en algo que resultó un fugaz paso por este valle, para terminar confinado en un pueblo altiplánico de frontera.

El siguiente recuerdo viene ya con la familia, en una visita de fin de semana con Carla y los chicos, que marcó mis vínculos de la plaza Sucre con el correteo de Martín detrás de las palomas, o la vista de la ciudad desde la Loma, conduciendo a Pablo en su carrito, pues entonces era más bebé de lo que es hoy. En fin, una madrugada acomodados los cuatro en una cama 1 x 2 como sardinas, un zapato extraviado, unos helados en la plaza y el retorno calamitoso a Villazón es lo que nos dejó aquel viaje. Obviamente, lo volvería a repetir sin pensarlo dos veces.

Recuerdo también el retorno en las épocas de trabajo en la alcaldía, para participar en una escuela de proyectos, que fue en realidad una vacación pagada. Días de trabajo, con escapadas de visita a lugares de interés: San Jacinto, la Exposur, el Valle de Uriondo, las uvas pasadas…y ya no recuerdo más (aún espero que Katia me traiga a La Paz la miel chaqueña que prometió y por la que le adelanté 30 Bolivianos). Como sea, nunca sabré la verdadera razón de aquel viaje, pues si bien hice una sistematización en detalle de la metodología, en realidad todos sabíamos que aquello no habría de ser aplicado en el trabajo municipal. Por otra parte, los fondos del viaje los proporcionó de forma personal mi jefa. Nadie lo dijo, pero prefiero pensar que fue una especie de reconocimiento por la dedicación sincera que le presté al equipo entonces.

Y bien, volví también desde hace dos años, algunas veces (las más) de paso, y otras con estancias cortas, pero siempre necesarias. Y es que para mí, Tarija tiene ese don especial de devolverte en el tiempo a aquel donde nunca faltaban la ingenuidad, la picardía y las buenas ganas. Alguien me dijo una vez que todo el mundo cambia, excepto Tarija. Supongo que fue a manera de queja, pero en lo personal es justamente aquello que hace que este lugar sea lo que es: Una ciudad con alma de pueblo, llena de experiencias sociales cotidianas, donde todavía existe la pausa y se mantiene domada la presión. Todo puede tener sus críticas, pero para mí, una sociedad con espíritu e identidad, es mejor a un mar de cemento amorfo en búsqueda de identidades ajenas...y no me refiero realmente a mi hoyada.

Las vivencias no paran de generarse (esta vez San Lorenzo y Tomatitas, pero sin cangrejos y en medio la peregrinación a Chaguaya que haré, aunque no la haga) y me apresto ya a salir de este pequeño puente, para continuar descubriendo e re-encontrando en cada esquina alguna parte de un pasado churo, churo como esta tierra.

VÍCTOR JARA

Mayo 7, 2012Editado por andesol

 

Accidentalmente escontré este poema de Víctor Jara, el último antes de ser asesinado por la brutal dictadura, aquel septiembre de 1973 en el Estadio Chile. Debería avergonzarnos estar rifando nuestra democracia en peleas y enfrentamientos casi triviales, frente a sucesos que costaron la vida a miles de personas por recuperarla.

"Somos cinco mil aquí

en esta pequeña parte la ciudad.

Somos cinco mil.

¿Cuántos somos en total

en las ciudades y en todo el país?

Sólo aquí,

diez mil manos que siembran

y hacen andar las fábricas.

Cuánta humanidad

con hambre, frío, pánico, dolor,

presión moral, terror y locura.

Seis de los nuestros se perdieron

en el espacio de las estrellas.

Uno muerto, un golpeado como jamás creí

se podría golpear a un ser humano.

Los otros cuatro quisieron quitarse

todos los temores,

uno saltando al vacío,

otro golpeándose la cabeza contra un muro

pero todos con la mirada fija en la muerte.

¡Qué espanto produce el rostro del fascismo!

Llevan a cabo sus planes con precisión artera

sin importarles nada.

La sangre para ellos son medallas.

La matanza es un acto de heroísmo.

¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?

¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo?

En estas cuatro murallas sólo existe un número

que no progresa.

Que lentamente querrá más la muerte.

Pero de pronto me golpea la consciencia

y veo esta marea sin latido

y veo el pulso de las máquinas

y los militares mostrando su rostro de matrona

llena de dulzura.

¿Y México, Cuba y el mundo?

¡Qué griten esta ignominia!

Somos diez mil manos

menos que no producen.

¿Cuántos somos en toda la patria?

La sangre del compañero Presidente

golpea más fuerte que bombas y metrallas.

Así golpeará nuestro puño nuevamente.

Canto, qué mal me sabes

cuando tengo que cantar espanto.

Espanto como el que vivo

como el que muero, espanto.

De verme entre tantos y tantos

momentos de infinito

en que el silencio y el grito

son las metas de este canto.

Lo que veo nunca vi.

Lo que he sentido y lo que siento

harán brotar el momento..."

OTRO DIA DE PARO

Mayo 13, 2013Editado por andesol

 

“Este país se nos va a la mierda”, es lo que escuché decir hace un par de semanas de un compañero circunstancial de viaje, camino en flota hacia Oruro, mientras éramos bloqueados a la altura de Panduro. Desde ese día aquella frase no se me quita de la cabeza, no por lo fuerte del comentario en sí, sino por la simplicidad de resumir un sentimiento que me parece cada vez más difundido: una frustración social generalizada.

Hoy estamos en paro nuevamente – esta vez los transportistas -, mientras ya se cuentan más de 40 días de paro general de los trabajadores en salud (¡Un país sin atención de salud por más de un mes, en un crimen humanitario, venga de donde venga!); el miércoles se prevé otro de 72 horas convocado por la Central Obrera y finalmente, para cerrar con broche de oro, el paro indefinido previsto a partir del próximo lunes…y ojo, será como siempre dicen, “hasta las últimas consecuencias”.

Yo me pregunto ¿Consecuencias para quién?. Para la madre que perdió a su bebé de 1 año y ocho meses, luego de deambular (quizá demasiado tarde) por varios centros que le negaron la atención militantemente. Para los enfermos de cáncer, de diabetes, de sida, cuya salud se va degradando y que no se repondrá, a pesar que el paro finalice. Para los estudiantes de colegio quienes - inclusive a costa de su misma felicidad pasajera – están perdiendo valiosos días de enseñanza. Para los universitarios, para los “clases”, para la base, que son y seguirán siendo utilizados - como en toda confrontación - como peones de ajedrez o carne de cañón, para obtener privilegios ajenos. Para los viajeros – no aquellos de avión, sino los que viajan por tierra – que no pueden desplazarse, sea por necesidad o por gusto de un lado a otro, o que deben dormir obligados en algún lugar perdido del altiplano. Para los productores, que ven como sus sueños de ingresos se van pudriendo de la misma forma que sus productos por no poder llegar a destino. Para quienes trabajan al día, quienes a pesar del bloqueo, deben seguir ganándose el sustento pues no son asalariados. En fin, para los mismos bloqueadores, quienes a pesar de la alegría momentánea del “contundente resultado” de sus acciones, les esperará al volver a casa la cara de preocupación de su familia por el día perdido, que no creo que valga más que aquella sonriente del dirigente radical.

No creo ser ingenuo al mirar sólo lo evidente, y quizá no referirme a las causas de la situación. Sé que existen problemas en este país, que necesitan medidas de solución, pero lo que me niego a creer es que alguien pueda “avanzar parado” o que las cosas se solucionan “así nomás”, que es lo que nos quieren hacer creer los ilusionistas de la conflictividad, de uno y otro lado (los que bloquean y los que tiene el deber de hacer avanzar este país desde su rol de gobernantes). Claro, gritar o lanzar piedras realmente necesitan menos formación que luchar y plantear soluciones, pero al menos parece más rentable para quien quiere catapultarse a algún puesto dirigencial o para aparecer en la TV, aún así sea en la sección roja. En síntesis, porque no creo que la protesta se convierta en propuesta así porque sí; así como llorar por llorar, sin que las lágrimas realmente valgan la pena y te lleven a una solución, no tiene mucho sentido.

Soy crítico conmigo mismo y, a pesar que no soy de aquellos que se parten el lomo físicamente, tampoco creo estar feliz en una oficina, indolente frente a la realidad que pasa. Trabajo, conscientemente, aunque admito que a veces me tienta la idea de dejar lo que hago y que me gusta, por conseguir dinero de forma quizá más sencilla (apostando al comercio, a la especulación, etc.), pero luego vuelvo a mí y pienso en aquello que me satisface y que dista mucho de lo únicamente rentable. Seguramente habría obtenido algunas cosas vendiendo mis principios y recurriendo a la queja, pero no creo que valga hacer de esta queja una forma de vida.

¿Que este país se va a la mierda?, espero que no, pero sobre todo, trabajo porque no, al menos no desde esta parte. Hay ya tantas cosas en contra externamente, que nos hacemos un flaco favor haciendo todo lo posible por destruir lo poco que vamos construyendo, aún así sea a nombre de nuestras propias necesidades. ¿Qué el gobierno es insensible e inepto? Puede ser, pero ellos pasarán en unos años, mientras la pobreza que nos tragamos seguirá siendo eterna si no hacemos algo para remediarla, y no a base de paros.

SEMANA SANTA 2012

Febrero 20, 2013Editado por andesol

 

Mis primeros recuerdos de infancia en el campo llevan un sello de nombre: Lojpaya. Sea en vacaciones de invierno o receso de fin de año, sea en Semana Santa, siempre viene a mi mente la imagen de la subida a pie en zig zag desde Tiquina, atravesando el bosquecillo de eucaliptus, mirando detrás el estrecho, con el aroma a leña saliendo de alguna cocina y el sol de la mañana. Los descansos a media montaña, compartiendo una fruta con mis hermanos, o la cima, con aquellos bloques gigantes de piedra, la cordillera al fondo, sintiéndote en lo más alto de este mundo. No sé cuántas veces visité el pueblo de mis abuelos, al principio más bien como costumbre heredada y sin consulta; tampoco sé cuándo la costumbre se me hizo identidad, y la idea de pasar más tiempo allá una necesidad.

Quizá sea un sentimiento de búsqueda, de valorar aquello que sólo conociste marginal y hasta inconscientemente lo que me lleva hoy allí (la imagen del abuelo Miguel, con quien nunca pude tener una sola conversación, pues en ese entonces no me interesaba). Lo cierto es que desde hace un par de años retomé mis vínculos a mi tierra, o al menos perviví aquellos que aún existen. Meterme a cultivar papa y haba, comprar un terreno para construir una casa...hasta aceptar apadrinar a la escuela con su estandarte (en sustitución de aquel que mi abuelo Martín había bordado hace más de cincuenta años). Así la visita de Semana Santa de este año tuvo otro matiz, aquel de no “visitarla” por un par de días, sino volver a tejer los lazos que me recuerdan de dónde vengo y quién soy. Eso es lo que hizo especial esta visita, el que no sea un calque de la visita de los años anteriores (casa, lago, rosal, cascada).

El jueves llegamos temprano y, después de un fiambre con haba verde, mi papá y yo nos fuimos directamente a la chacra cercana al lago, a recoger lo que quedaba del cultivo de papa, que este año fue anegado por las excesivas lluvias. Trabajamos allí por unas tres horas y aunque la producción había sido un fracaso, reconfortaba recoger al menos una carga de papa, lavarla en el rio y ver lo multicolor de su aspecto (la panti imilla, la chiar imilla, la waych’a). Ese gusto de cosechar es algo incomparable. Por lo lejano de la chacra, esta vez no nos acompañaron las gallinas que habrían hecho un festín con los gusanos que salían junto a las plantas.

Ya por la tarde, después de una deliciosa sajta preparada por mi mamá, nos fuimos a la cancha que este año, debido a una descoordinación de algunos dirigentes, fue improvisada en un terreno que hasta hace dos semana estaba con surcos de papa y de tarwi. No me preparé en absoluto para jugar (tampoco era mi intención, la verdad), pero de repente estaba allí de número 10, supongo que más para salvar el walk over, que para ganar. Saltamos 7 jugadores a la cancha contra los 11 bien uniformados – petardos incluidos - del equipo contrario (los “Legionarios”). Contra todo pronóstico no estuve tan mal (o es que los demás están peor, quizá por el pésimo estado del terreno). A partir de allí, inesperadamente, me vino una seguidilla de partidos: 7 en dos días y medio. Terminé molido, pero de titular, y el equipo en quinto lugar. Otra camiseta para la colección, aunque esta costó cara, pues aún hoy me duele el certero codazo de un defensor en mi pecho.

Pero el fútbol no lo es todo. El viernes llevamos a mi papá y a mi hermano a Tiquina, pues debían volver a La Paz. En el camino, subimos a unos jóvenes peregrinos que desistieron de cumplir su promesa a pie. Ya por la noche, en ausencia de ellos, asistí a la reunión de la comunidad. Después de tres partidos, mi capacidad de atención era mínima. A esto se suma el hecho que el 90% de la reunión fue en aymara. Coqueo. A las 21:30 no doy más y sigilosamente abandoné el encuentro.

El sábado no es distinto, nuevamente otra visita pues queremos comprar un terreno contiguo a nuestra propiedad. Esta vez nos toca visitar a un tío y, junto a algunos regalos, proponerle la compra. Esto no es tan fácil como en la ciudad, es más bien un ritual, tanto que en ningún momento se menciona precio alguno. Vendrá una sucesión de encuentros de aproximación y, algún rato (¿Cuándo?) tocará hacer la oferta. Basta, por el momento, saber la posición del anciano: Saber que piensan los demás.

Así, pasa el penúltimo día. Los chicos con sus aventuras (pillaron cinco ranas, bautizaron cada lugar con un nombre y volvieron a estancar el río), nosotros con los paseos y Layka a sus anchas y con algunas “secuelas” de sus escaramuzas en casa ajena (ya el último día recibió un merecido baño pues olía a peste). El sábado en la noche una vuelta rápida a la plaza a ver las fogatas y a los P’alla P’alla (grupo de músicos) y luego volver a casa, de nuevo casi en automático por el trajín de la jornada.

El domingo por la mañana, retorno a La Paz. Mientras conduzco veo el paisaje. Me lleno de las últimas energías antes de volver a casa. Pienso que es hora de eternizar lo que veo y proyecto imprimir un calendario, un poco para generar algún ingreso, sea mío o para la comunidad, pero la verdadera intención es compartir algo que considero parte mía y de los míos, una experiencia que muchos tenemos, pero que aún pocos queremos aprender a valorar: La tierra de nuestros ancestros.

CICATRICES

Mayo 13, 2013Editado por andesol

 

No es justo que un hombre sólo camine, cuando un ave puede volar. / It ain't fair that a man walks when a bird can fly.

Aeropuerto de Cochabamba. Estoy dentro del avión en una parada obligada de media hora, en tránsito hacia Sucre. Para reducir el estrés aéreo, me pongo a escuchar música. Coloco a Bon Jovi e, inesperadamente, suenan las primeras notas de la canción Miracle, elemento inevitable de mis lazos a los tiempos de la beca en el colegio. Como una máquina de vapor, emergen recuerdos de todos los tipos, trasladándome imaginariamente en el tiempo, a otros mundos. Suspiro. De repente, me veo en el mismo avión, quine años atrás, mirando desde la ventanilla el puerto de Duino y Monfalcone, jurando y una y otra vez volver (volví después de diez años, no en avión sino en tren, aunque nunca más pude ver esa imagen, al menos con los mismos ojos); vienen a mi vivencias en cada esquina de esa villa detenida en el tiempo. Mis primeros seis meses en el hermetismo lingüístico y el shock del cambio, las actividades después de clase, los paseos en bici y las tardes de caminata por el Rilke. Las fiestas y el día después. La soledad, por un lado, y la búsqueda constante de llenar vacios, por otro. Me veo camino a casa Carsica, bordeando el castillo, que para mí fue siempre una puerta al pasado. Tiempo después, cuando pasé la noche en el Vecchio Castello derruido, comprendí porqué la magia. Paro aquí. No tiene sentido escribir sobre las cosas que solamente uno entiende.

“Good things come to those who win”, traduce la canción. Los recuerdos me trasladan a otros momentos, esta vez laborales y más próximos a mi vida actual (estrecha cabina de trabajo en Price, días polvorientos en el recinto de la frontera, oficina pública hacinada). Involuntariamente me vienen recuerdos de mi llegada y mi despedida en cada lugar (supongo, los más fuertes, como en toda relación). Las fiestas de despedida, las palabras y el último abrazo a tus colegas circunstanciales. Algunas veces, crees (quisieras) que todo continuará igual para siempre, pero es cuando los vuelves a ver, o cuando vuelves al mismo lugar, que comprendes que ya no hay retorno y que sólo quedan cicatrices. Cicatrices como cuando ves a alguien y te late el corazón, como cuando hueles un perfume antiguo y te devuelve una pasión, como cuando vuelves a un lugar y reconstruyes mil imágenes, como cuando escuchas esta canción y te pierdes en sus notas.

¿Qué es una cicatriz?. Es la huella imborrable, de lo que uno vivió en el pasado. Me sorprende que después de tanto tiempo, algunas huellas se manifiesten en suspiros, sonrisas espontáneas y algunas veces lágrimas. ¿Cómo contrarrestar esos sentimientos? Tarea imposible. No creo a esta altura que se pueda, sólo hay que aprender a convivir con ellas, por siempre. Después de todo, lo que valió mucho, cuesta mucho olvidar, si es que se puede.

Las imágenes siguen fluyendo, como emanaciones de una vertiente eterna (aquella de la Isla del Sol), paralelamente a un montón de preguntas sin respuesta. Suspiro. Hasta hace algún tiempo me pregunté si esas preguntas (¿Qué habría pasado si…? ¿Qué será de…?) reflejaban mi insatisfacción personal respecto a las decisiones que tomé y que definen mi vida actual; hoy más bien prefiero pensar que esos cuestionamientos son más bien recordatorios de la importancia que di en cierto tiempo a esos elementos (el trabajo, el colegio, etc.) y a esas personas (amigos, amores,etc), tanto que los asumí en ese entonces como partes esenciales de mi vida. Lo que soy y lo que tengo a mi lado hoy, son obviamente lo más importante que tengo. Nadie, racionalmente, decide conformarse con algo bueno, sino que siempre busca lo mejor. Inclusive, aquellos que pregonan el “sacrificio personal” por complacer a otros, de alguna forma quieren satisfacen su propio ego pseudo-altruista. Vivir para los demás, es renunciar a uno mismo.

Siento la mano de la asistente, que me pide apagar el aparato de música pues estamos a punto de despegar. Lo hago, pero ya no importa. La media hora siguiente estoy volando, no a 8 mil metros de altura, sino a un nivel que no conoce límites pues atravieso tiempo y espacio. Gracias JBJ.

NOCHE DE COMPADRES Y COMADRES

Febrero 10, 2012Editado por andesol

 

Me tocó pasar el día de compadres en Cochabamba (bueno, parte del día, puesto que tuve que volver de emergencia), ciudad donde esta fecha es toda una institución. Por otra parte, recuerdo que el año pasado pasé el día de comadres en Villamontes, donde vi una organización envidiable, concurso incluido, para festejar a los amigos más queridos. Si bien no hice nada especial esta vez -en La Paz, esta fecha es sólo una excusa para salir a beber - todo este movimiento me recordó a la salida que hicimos hace un par de semanas cuatro parejas de amigos, literalmente compadres:

Después de fallidos acuerdos, quedamos en vernos a las 20:00 en el Café Ciudad para “picar algo”, aunque finalmente sólo coincidimos allí a esa hora Jacky y yo. Nada de qué preocuparse. En menos de quince minutos, uno a uno fueron llegando hasta que finalmente, ya como grupo, abandonamos sinvergüenzamente el circunstancial punto de encuentro sin consumir sino calor humano. Teníamos hambre y para salir de lo común nos “digerimos” a la Chifa Lu Qing de Sopocachi, de la que teníamos buenas referencias. Tuvimos la tentación de pedir para llevar y caernos de improviso en el departamento del cumpa Ocsa que estaba al lado, en la 20 de octubre, pero el lugar estaba tan acogedor que decidimos comer allí mismo. “Pollo con tallarín”, “Pescado rebosado”, “Cerdo agridulce”…uno a uno vinieron los pedidos, y entre risa y risa quedamos más que satisfechos (aunque aún esperamos a Shifu sirviéndonos el pollo Pekín).

Salimos a la calle y allí nos dio encuentro el primer dilema generacional. ¿Dónde vamos a bailar?. Habían pasado cerca de diez años desde que habíamos salido por última vez como parejas y estábamos aún en la “onda pachanguera” de finales de los noventa. Así, después de un par de intentos fallidos (incluido el Gold de San Pedro, con la letra G invertida, de antigua), nos animamos por el Coco Loco, quizá porque sabíamos de memoria dónde se encontraba: “En la curva sur del Estadio”. Así, tomamos dos taxis y sintonizando la radio (transmiten por Melodía 99.3 los fines de semana por las noches) nos frotamos las manos pues parecía que la estaban pasando “bomba”. Llegamos allí y para nuestra sorpresa (bueno, nos sorprendimos también porque aún existía), lo que parecía una fiesta en efervescencia no era más que un buen DJ y música pregrabada, tanto que al llegar duplicamos la cantidad de gente allí, que eran a lo más dos garzones, un DJ y un barman. No importaba, la música invitaba y sin pensarlo más, apostamos por quedarnos allí. No nos dimos cuenta que al principio pasaban cortos de canciones a manera de invitar a la gente, pero para no perder ninguna tanda, bailamos inclusive estas tandas, que eran una mezcla fugaz de salsa, reguetón, rock y música nacional.

Pedimos una botella de ron, más por cumplir con el local que por gusto como tal. Desempolvamos los pasos, nos mirábamos las caras y sonreíamos, algunos por vergüenza, otros (como yo) porque me parecía interesante estar allí, juntos después de tanto tiempo. Luego, la secuencia se hizo repetitiva: Canción que impacta, vamos a la pista; ya no impacta, nos sentamos, compartimos y reímos.

Llegó más gente – recuerdo aún a las tres Superpoderosas, a las parejas sueltitas y a aquellas que te llaman la atención por lo disímiles que parecen. A eso de media noche llegaron también Marcelo y Agüe, aunque nunca pudimos unirlos al grupo pues llegaron junto a otros amigos. Pasaba el tiempo, algunos nos encendíamos aún cuando la noche se hacía más profunda; otros, como Erik se apagaron de repente para no prenderse más. No importaba. Juego de luces, video proyectado, gas. Llegaron las tandas que esperábamos. Recordamos a Vico C, a Lisa M, a los Enanos Verdes, luego vino Chayanne, los Auténticos y los Fabulosos Cadillacs. Pasó la ronda folclórica con la saya, la morenada y la chacarera (a distancia luz del cumpa Ronald) y de pronto me vi a mi mismo bailando totalmente animado una salsa de Marc Anthony, al puro estilo del Ben Stiller en “Mi novia Polly”. Sin más ni más, miramos el reloj y ya eran las 3 de la mañana. Edwin y Vania debían retirarse, y para salir como llegamos, decidimos finalizar allí, todos como grupo. Inesperadamente, cuando voy a la barra para pedir la factura, el barman me invita una copa de Tequila y, aprovechándome de su amabilidad uno a la invitación a Ronald. El tequila es traicionero. Nos metemos todos en un radiotaxi, riendo a carcajadas, inclusive por cuestiones sin sentido.

Despedimos a uno, despedimos a otro y mientras recorremos el camino a casa voy pensando – aún con la melodía de “Oye mi amor” de Maná en el alma – cómo hemos logrado armar ese hermoso grupo de amigos, hoy compadres. Y no me refiero a las salidas de juerga (de esa, deben existir una por cada diez), sino a todas las actividades que emprendimos y emprendemos juntos. Algunos se fueron, otros que se unieron. Algunos nos iremos, otros llegarán. Eso es lo de menos. No se los orígenes de esta fiesta de compadres y quizá no necesito unirme a éstas en la fecha indicada pues seguramente si no existiera, aún así la festejaría de vez en cuando, manifestando mi alegría de tener como parte de este camino a tantos amigos que, cada uno con lo suyo, vive y aporta a que esta vida sea, además de dura, también gratificante. Feliz día de compadres y comadres, a aquellos que tenemos la dicha de tenerlos.

HISTORIAS DE VIDA Y MUERTE

Enero 13, 2012Editado por andesol

 

Como primera entrada del 2012 en esta ventana, tuve la tentación de colocar un ensayo, de aquellos que presento a la maestría del CIDES (que no está nada mal, en realidad) o alguna canción inspiradora del día…pero luego asumí que éstas serian sólo escusas para no compartir algo. Y no es que no tenga algo que escribir. La verdad, pienso en muchas cosas este inicio de año, aunque quizá no haya algún pensamiento que predomine en mi mente, así que este texto es una ensalada de varios de estos pensamientos. De hecho, los escribo sobre todo para mí mismo, pues seguramente recurriré a ellos – a manera de nostalgia - en algún tiempo futuro (toco madera, a manera de evitar una profecía de Alzhemier).

A finales de diciembre quise escribir sobre las vivencias con mi familia en el circuito mochilero por el sur de Perú y el norte de Chile. La ruta Puno – Arequipa – Mollendo – Tacna – Arica, estuvo fenomenal y el “desempeño” de los peques fue sorprendente, a pesar de estar con cerca 10 kilos de peso en sus espalditas (el doble en las de mamá y el triple en las de papá) y fuera de casa por cerca a una semana. Además pudimos combinar los intereses - a veces contrapuestos – de la diferencia generacional. Sacrificamos algunas cosas (visitas culturales, áreas arqueológicas, etc.), pero nos divirtió lo alternativo (parque infantil, juegos y playa). El presupuesto en billetera, mejor ni hablar.

También me conmovió el desenlace de los cinco muchachos desaparecidos a finales de año y que terminaron en el fondo de un barranco del camino a Yungas (en el mismo lugar donde hace un par de años nos tomamos unas fotos junto a Iván, bajando en bicicleta a Coroico). Sentí la frustración y el dolor de los que dejaban aquí. Oí comentarios injustos que decían que nosotros como sociedad somos así (viciosos, dijeron algunos), y que no generábamos milagros como aquellos de los 35 mineros en Chile. Pensé en Minor Vidal, el único sobreviviente del accidente aéreo de AEROCON en Trinidad, quien hizo todo para conservar su vida, desde colocarse el cinturón de seguridad hasta peregrinar por la frondosa selva, a pesar de los pesares de nuestra organización de salvataje. Pensé en la contracción permanente de cómo algunos, con nuestro actos, buscamos insistentemente la muerte y otro nos aferramos con uñas y dientes a la vida.

Pero no se trata sólo de vivir o morir. Se trata de cómo vivimos, pues como dijo un amigo, uno puede estar ya muerto en vida. Cumplí 34 y, a pesar del enorme esfuerzo de Carla en hacer de ese día especial, no pude evitar entrar en una nostalgia los días previos y posteriores. Quizá los mensajes del face y las llamadas de felicitación me indicaron el camino para salir de aquel túnel negro y recordarme que no estoy solo. Cuando alguien - a pesar de los años, los sucesos y la distancia transcurrida - se acuerda de ti y te transmite un simple “felicidades, que la pases bien”, te transmite mil veces más que eso. Todos necesitamos esas palabras, no para alimentar tu ego, sólo para hacerte saber que vales para alguien (o alguienes J), y esas amistades valen tu presencia y actuar en este mundo.

Finalmente, pensé también en las promesas y deseos para este año… cansado ya del típico “que este año sea de satisfacciones y éxitos”, pensé en algo más simple y concreto. Me gustó el deseo de mi cuñada, que sólo pidió para que este año tengamos buena salud. Pero el deseo no basta, pues más que deseo es un compromiso propio, para cuidarse y cuidar de los tuyos. Pensé en las lágrimas de mi mamá, cuando me abrazó y me dijo “por suerte estoy un año más con ustedes”, y aquello me recordó que uno está justamente para quienes más lo quieren. Así, que el compromiso, más que éxitos laborales o académicos, debiera ser más bien algo menos pomposo o evidente pero más sentido: Vivir y alegrar la vida – no a costa de uno mismo – de los que más quieres. Y quiérase o no, eso implica tejer historias de vida, y no historias de muerte.

 
 
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