ÍCONOS URBANOS
La anterior semana paseé (que es distinto a "pasé"), después de mucho tiempo, por el caótico centro de la ciudad de La Paz. Mis recuerdos frecuentes de esas calles me ven esquivando a un montón de transeúntes (oficinistas, enamorados, minusválidos, ancianos y comerciantes las más de las veces, etc.), pero también objetos (minibuses, carritos callejeros, bultos minoristas, carteles de almuerzo, etc.) para llegar a "marcar" el dedo salvador de descuentos. Esas carreras no te permiten percatarte de los detalles y la monotonía hace que sólo te queden imágenes sin cuerpo ni identidad.
A pesar de aquello, hay elementos que sí desarrollan su propia identidad, algunos de forma genérica (los vendedores de maíz de la plaza Murillo, las mismas palomas cagonas, los lustra calzados de la Pérez, las cebras de cada cruce, los buses y sus escapes interminables, los baritas impotentes, los vendedores de dulces del bus 2, etc.). Pero no son aquellos a los que me refiero esta vez, sino a los que identifico como únicos y, sin quienes, cada calle no sería más que un nombre y dirección.
Ahí están por ejemplo, la pareja de ciegos que en la esquina de OPTALVIS, frente al Museo Nacional de Arte, van cantando melodías simples, con gusto a pasado pero con sentimiento presente. Caminado por medio de la Comercio, me place encontrar después de tiempo al bailarín de música chicha con sus parlantes de combate pero con chalequito nuevo, bailando ya con estilo antiguo pero con la misma pasión de siempre. También está cerca al reloj el vendedor de chocolates que, a pesar de sus limitaciones motoras y de voz (compuesta sólo de gritos indescifrables), vende más que cualquier ejecutivo de ventas.
Hay gente que es conocida por el simple hecho de ser político, músico o futbolista, pero que vuelven al archivo tan pronto la "fama" se les acaba (¿Quién recuerda aún a Mateo Laura, a FM y Silvina ó a Botero?); y es que - no es que no se lo merezcan - pero es gente que ha subido y bajado como una montaña rusa, así, fugazmente. Al contrario, me gusta la gente que trabaja día a día, no con el objetivo de ganarse un prestigio y visibilidad, sino por lograr cosas tan simples como vivir, pues lo demás, tarde o temprano llegará, y si no llega, realmente no importa. Las cosas existen, más allá que se pueden ver o no, y justamente, lo mejor es poder ser sin necesidad de verse.
Pienso en íconos urbanos como la gringa "paca" de la curva de la Plaza Humboldt, el "maradona" que camina mostrando orgulloso su camiseta y su cinta descoloridos, el barita improvisado de la Murillo y Cochabamba, la vendedora de Sándwich de Chola al final del Estado Mayor...en fin, ¿Qué sería de esta ciudad sin estas personas que le ofrecen cada día su trabajo y originalidad?.
De cuando en cuando visito el Museo Costumbrista y en sus vitrinas polvorientas veo nombres de personajes que fueron íconos del pasado, o también cuando leo un libro, me hablan de otros personajes que marcaron su historia (La Adrianita, el Pinto Limachi, el Maiquina, Liborio el Torero). Me apena no saber más de ellos y, quizá por ello, quise escribir algo de aquellos que hoy y de forma anónima, van escribiendo las historias que hacen de esta ciudad una experiencia y que esperemos no terminen cuando terminen sus sacrificadas vidas.